La Chica del Teatro

Cuando el teatro estrenaba una obra, la chica aparecía con su traje de gala dejando ver sus marcadas líneas, poniendo al descubierto sus dotes sensuales. Ya en la sala, todos se maravillaban de su belleza y sus encantos. La recuerdo sentada en la zona preferencial de la mano de personajes importantes, diferentes en cada función, sin comprender como una mujer tan hermosa seguía soltera. La gente murmuraba. Se decían unos a otros «ahí viene esa» en tono despectivo, irónico y cargado de envidia.

Yo, un imberbe para ese tiempo, la seguía con mi mirada atónita, algo desgarbado, con un sentimiento tan diáfano y puro, un tanto maternal. La última vez que la vi fue una noche serena e iluminada donde, al igual que siempre, llegó con un señor algo mayor pero con aspecto de conde. La obra daba inicio y ella como siempre estaba tan hermosa. De repente, nuestras miradas se cruzaron; sentí un torbellino de emociones que estremeció todo mi cuerpo aceleró mi corazón.

A la siguiente semana, se estrenó una nueva obra y como de costumbre me senté tres filas detrás de su asiento habitual para poder observarla en todas sus dimensiones y disfrutar de tan exuberante mujer, pero esta vez ella no llegó, tampoco ninguno de sus acompañantes. Me quedé hasta la última escena con la esperanza de volver a verla. Esta vez no fue posible, me encogí de hombros y me dirigí hacia la salida.

Mientras caminaba hacía el bar a tomar un trago, escuché una voz masculina y profunda que pronunció mi nombre:

—Giorgio —me giré y ahí estaba ella—. Hola, Mi nombre es Elena.

Autora: Luzmar
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