No eres culpable de no amarme,
de no tener lugar para mí en tu corazón.
De que tus labios no pronuncien
mi nombre con emoción.
Que no te alegre mi presencia, que tus ojos no brillen
de forma especial al verme.
Nadie puede doblegar el corazón al sentimiento ni
forzar la piel al deseo.
Si tu vida no se contenta con la mía;
si tu mirada no busca la mía;
si no deseas respirar mi mismo aire;
tampoco te culpo.
Es esto una fuerza indomable que no obedece a nuestro
mandato ni dirige la razón.
Mas tienes la culpa de hacerme creer en tus besos,
en el suave y pervertido contacto de tu cuerpo,
en esa dulce sonrisa que, ingenua, creo que produzco en ti.
Te acuso de manejarme,
de hacerme creer que me amas,
de enredarme en tu capricho
como esclava a tu placer.
Es tu olor el que me envuelve. Así lo has querido.
Y manejas mis cuerdas y me llevas a ti
para hacerme tu juguete preferido,
luego cansarte y enviarme al olvido.
Eres culpable de vender sueños de mentiras;
de llevarme con tu boca al cielo,
y del cielo a lo eterno.
¿Es que amarme es tan ligero?
¿Será que acaso eres sincero?
Pero, así como te eximo de pagar tu falta de sentimiento,
te condeno por mis lágrimas, por lo etéreo.
Te reprocho lo deshonesto
y toda la maldad de este juego.
Si no me amas, lo acepto.
Así, como se acepta el viento.
Lo que no perdono es que, aunque yo no sea tu luz,
tú me alumbres el cuerpo.
No me mata tu desamor,
me aniquilan tus desaciertos.
Autora: Ivette Crespo Bonet.
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