El Chico Azul


El chico azul iba camino al «tratamiento de colores», como lo llamaba su madre. Se notaba nervioso e inquieto, aunque la mujer verde no se diera cuenta. O quizás prefería ignorarlo, excusándose que era «su conducta habitual».

En aquel extraño lugar, la mayoría de las personas eran verdes, como su madre, pero, en raras ocasiones, llegaba a aquel mundo alguien de otro color. Esas excepciones eran variopintas, y mientras más alejados del verde, más difícil se volvía la vida para esos seres extraordinarios. «¿Escuchaste el caso de la niña roja?», se decían unos verdes a otros, en medio de cuchicheos, como si el decirlo en voz alta los hiciera cambiar de color. Debido a ello, la tecnología de aquel mundo había permitido lograr avances en el cambio de color, regresando a ciertos individuos al color verde, sin embargo, el tratamiento era más doloroso y lento mientras más se alejaba del espectro verdusco de «la normalidad».

«Su caso no es tan grave —se decía una y otra vez la mujer verde, repitiendo las palabras del doctor—. Unas sesiones más de amarillo, y podrá llevar una vida normal». Lo que la madre no sabía, era el mucho sufrimiento por el que el chico azul pasaba en cada sesión. Y lo que el chico azul no entendía, era por qué estaba mal ser azul. Es por ello que, llegados a la clínica, el chico azul soltó la mano de su madre, presa de un ataque de pánico, y se echó a correr muy lejos, hasta donde sus piernas y su aliento le permitieron, adentrándose, solitario, en ese mundo aterrador que lo rechazaba por su falta de amarillo.

La madre, desconsolada, buscó y buscó a su hijo durante días, con miedo a lo peor. Una tarde, se encontraba dando vueltas por una plaza, cuando alcanzó a escuchar uno de esos cuchicheos que hablaban de un «sin casa» azul. De inmediato, la esperanza volvió a ella y fue al callejón detrás de una enorme construcción, lugar donde se refugiaban todos aquellos que no tenían un lugar para vivir, y, en medio de esos desafortunados rostros verdes, encontró una carita azul que tenía miedo en su mirada.

La madre corrió hasta encontrar a su hijo y lo abrazó con todas sus fuerzas, mientras secaba las lágrimas de alegría que no paraban de brotar de su rostro. De pronto, se dio cuenta que, de no ser por el color de su hijo, jamás lo hubiera encontrado. Desde ese momento decidió suspender su tratamiento y comenzó a tratarlo como a cualquier otra madre trata a su hijo. ¿Qué importa si le faltaba un poco de amarillo? Para ella era su chico azul.


Autor: Christian Alexis López


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