Terminar una relación duele. Apesta. Sufrimos, lloramos, nos enojamos, nos cuestionamos porqués y nos replanteamos muchas cosas. Sufrir no es opcional. No hay receta médica, meditación, práctica o remedio casero para evitarlo. Sin embargo, tienes dos opciones: dejas que te destruya o dejas que te construya.
Hoy quiero hablarte de cómo sacarle provecho a una ruptura amorosa para salir de este doloroso proceso como una mejor versión de ti mismo.
Quizá en estos momentos te enfrentes a una maraña de emociones incómodas como la tristeza, el enojo, la culpa y la impotencia. Y claro, terminar una relación amorosa nunca es fácil. Compartir parte de nuestra vida con alguien más hace crecer raíces que, al arrancarse de tajo, duelen.

Dicen que el duelo después de una ruptura es como una tormenta: impredecible, caótica y a ratos parece interminable. Un día crees que estás bien y al siguiente un recuerdo, una canción o un olor te golpea el pecho con la fuerza de un huracán. Y sí, duele. Duele porque perdiste algo que en su momento fue importante, porque los planes cambiaron y porque el corazón necesita tiempo para reajustarse.
Pero, ¿y si en lugar de ver ese duelo como un castigo lo viéramos como una herramienta de crecimiento? Porque detrás del dolor hay una oportunidad inmensa de conocerte mejor.
El duelo es también una fuerte sacudida que nos permite, o mejor dicho, nos obliga a reconocernos nuevamente como individuos.
Al estar en una relación, es normal que parte de nuestra personalidad y nuestra esencia se diluya. Adoptamos hábitos, costumbres y gustos del otro, quien hace lo mismo con nuestros hábitos, costumbres y gustos.
Al salir de esa relación, parte del proceso de duelo implica volvernos a reconocer. Saber discernir entre lo que nos pertenece y lo que no, lo que nos gusta y lo que no, lo que queremos y lo que no.
Sin embargo, para poder reconocernos de manera correcta, es necesario permitirnos vivir el duelo de manera correcta. Enfrentarnos a estas sensaciones y emociones incómodas no es opcional, por lo que en primer lugar, debemos permitirnos vivir todos esos sentimientos a flor de piel.
Si te duele, acepta el dolor, convive con él y no busques adormecerlo. Si te sientes triste, es válido llorar y desahogarse. Si sientes rabia, lo mismo. No minimices tu dolor.
A veces sentimos la necesidad de restarle importancia a lo que sentimos, ya sea porque alguien nos dice «hay cosas peores» o porque creemos que no deberíamos sufrir tanto. Pero la verdad es que todas las emociones son válidas y, si las ignoramos, solo prolongamos el proceso de sanación.
Evita evadir estas sensaciones, y por el contrario, escúchalas y canalízalas. Durante esta etapa, tienes una poderosísima oportunidad de crear, pues no hay mejor inspiración que el dolor. Puedes escribir para tratar de entender qué sientes. Puedes pintar para reconocer cómo luce tu dolor. Puedes, de igual forma, crear música, cocinar, visitar aquel lugar que siempre quisiste conocer, aprender ese idioma que te llama la atención o tomar ese curso que antes no te daba tiempo.
Este proceso de convivir con el duelo nos permite identificar todas esas partes de nosotros mismos que habíamos olvidado o que aún no habíamos descubierto. Eso se siente un poco como encontrar piezas de rompecabezas que creíamos haber perdido, solo que ese rompecabezas es un retrato de nuestra vida.
En segundo lugar, recuerda que no hay prisa. Salir del duelo no es un proceso lineal, ni luce igual para todos. Ten paciencia y date tiempo de conocerte, reconocerte y reinventarte. Está bien no tener todas las respuestas de inmediato.
Hay días en los que sentirás que avanzaste mucho y otros en los que parecerá que retrocediste. A veces creemos que ya estamos bien y, de repente, volvemos a sentir tristeza o nostalgia. Pero eso no significa que no hayas avanzado, solo que sanar es un proceso en espiral, no en línea recta.
Quizá intentas retomar un hobby que, después de todo, te percatas que no te llena y no va contigo. Quizá creando música escuchas una melodía que te recuerda esa canción que hoy duele. Y eso está bien. Porque todo lo que descubras sobre ti, incluso lo que ya no resuena contigo, te está acercando a una versión más auténtica de ti mismo.
Debes entender que esos bajones y esas recaídas están bien, son de esperarse. Y, de igual manera, esas pequeñas recaídas son nuevas oportunidades de descubrirnos y fortalecer nuestra identidad y amor propio.
En tercer lugar, es importante es aprender a diferenciar entre sanar y distraerse de manera superficial. No es lo mismo hacer cosas que realmente te nutran a simplemente buscar escapes temporales.
¿Cuántas veces has escuchado que la mejor forma de olvidar a alguien es conociendo a alguien más?
Es un consejo muy común, pero en realidad, iniciar una nueva relación sin haber sanado la anterior solo nos aleja de la oportunidad de conocernos realmente. Lo mismo pasa con el exceso de trabajo, la fiesta constante o el uso de redes sociales para evitar la soledad.
No se trata de llenar el vacío con distracciones, sino de reconstruirte desde dentro.
El duelo es incómodo, por supuesto. A nadie le gusta sentir dolor. Pero también es una puerta abierta para reconstruirte con más amor propio y más claridad. Tal vez te duela la ausencia, pero en esa ausencia también hay espacio para llenarte de nuevas experiencias, nuevos aprendizajes, nuevas versiones de ti.
Cuando menos lo esperes, te darás cuenta de que la tormenta pasó… y que ahora brillas más fuerte y bonito que antes.Así que si hoy te sientes mal, quiero que recuerdes esto: no estás roto, estás en transformación.




Deja un comentario