En un mundo donde todo parece gritarnos «¡Hey, mira acá! ¡Éste es el camino para ser feliz!», nos hemos convertido en personas cada vez más insatisfechas con lo que hoy tenemos. Un claro indicador es la abrumante vorágine de consumismo en la que la mayoría de las personas nos hemos adentrado.
Solemos decirnos una y otra vez “si tuviera este auto…” “si tuviera esta casa…” “si tuviera esta pareja…” “si tuviera este trabajo” “si tuviera esta cantidad de dinero…” “si tuviera este objeto…” “… ENTONCES sería feliz.” Pónle el nombre que quieras a eso que según crees te dará la felicidad, pero una cosa es cierta: en este discurso interior, la felicidad siempre creemos que se encuentra detrás de algo más.
Pensar que la felicidad está detrás de ese objeto, ese libro de autoayuda, ese curso que promete resolver todos nuestros problemas, ese mantra que repetimos frente al espejo o ese ejercicio de pensamiento positivo es una enorme trampa, pues esa incansable búsqueda de la felicidad solo nos reitera que hoy no somos felices. Porque, cuanto más la perseguimos, más parece que se nos escapa. Y cuando no la alcanzamos, nos sentimos culpables, insuficientes, defectuosos. Como si estuviéramos fallando en algo esencial.
La vida no es una carrera hacia un estado emocional. La vida es montaña rusa. Y creer que solo vale la pena cuando estamos “bien” es un mensaje muy peligroso.
Nos han vendido la felicidad como si fuera el objetivo supremo. Como si vivir bien fuera sinónimo de estar alegres siempre. Pero, ¿qué pasa cuando la vida —como suele hacerlo— nos sacude con algo inesperado? ¿Fallamos? ¿Retrocedemos? ¿Estamos rotos?
Tal vez el problema no es que queramos sentirnos bien. Eso es natural. El problema es que confundimos sentirse bien con estar felices todo el tiempo. Pero hay estados emocionales mucho más sostenibles que la felicidad.
Hay algo que necesitamos decirnos con honestidad: la felicidad no es un estado permanente. No lo ha sido nunca. Y perseguirla como si lo fuera solo nos deja más frustrados. Porque, al final del día, la vida está llena de problemas, pérdidas, incertidumbre y caos. La verdadera pregunta no es “¿cómo puedo ser feliz todo el tiempo?”, sino: ¿cómo puedo sostenerme incluso cuando no lo soy?
Muchos libros y discursos de autoayuda (no todos, claro) se enfocan en motivarte para llegar a “tu mejor versión”… pero muchas veces olvidan decirte que tu versión actual, herida, cansada y confundida, también es valiosa.
No necesitas convertirte en alguien más positivo, más feliz, más exitoso. Lo que necesitas es ser capaz de sostenerte, escucharte y acompañarte. Y eso no se logra a punta de frases bonitas, sino con trabajo emocional real.
Hoy quiero hablarte de una estrategia poderosa para lograr ese bienestar que parece tan elusivo: Déja de buscar la felicidad y enfócate en encontrar tu resiliencia.
La resiliencia es la capacidad de adaptarnos y superar situaciones difíciles como traumas, tragedias, amenazas, o fuentes de estrés para seguir adelante con fortaleza, a pesar de esos obstáculos. Esta habilidad nos permite no solo sobrevivir a estos problemas sino también aprender de ellos y convertirnos en una mejor persona al afrontarlos.
Superar los problemas requiere enfrentarse a ellos, por lo que la resiliencia no se trata de negarlos, sino de la capacidad de estar en calma incluso cuando las cosas afuera no lo están. Es la capacidad de mirar el caos de frente y decir: “Esto también lo voy a atravesar.”
En otro artículo te conté cómo usar el duelo como una herramienta de superación. Pues ésto es más de lo mismo, pero aplicado a todas las áreas de tu vida. Es usar la adversidad a tu favor. Es dejar de preguntarte “¿por qué a mí?” cuando el conflicto eventualmente llega (porque créeme, el conflicto siempre llega) y comenzar a preguntarte ¿qué puedo aprender de eso?
Entonces, ¿cómo se cultiva la resiliencia? Aquí no hay fórmulas mágicas; ésto requiere un trabajo profundo en nosotros mismos. Lo que sí hay son unos cuantos caminos que ayudan:
- Acepta la incomodidad. Estar triste, enojado o desmotivado no significa que estás mal. Solo significa que estás vivo.
- Cuestiona tus pensamientos. No todo lo que piensas es verdad. Aprende a poner en duda tu narrativa interna, sobre todo esa que te limita.
- Rodéate de una red de apoyo. Apoyarte en otros no es debilidad, es sabiduría emocional.
- Practica la autocompasión. Háblate con el mismo cariño con el que hablarías a alguien que amas.
- Recuerda tu propósito. Tener un para qué, algo que te ancle, te da dirección en medio de la tormenta.
Tal vez a estas alturas pienses: “Ok, entiendo que la vida sin problemas no existe. Pero entonces, ¿dónde queda la felicidad? ¿Es realmente imposible encontrarla?”
Bueno, no, no exactamente. Lo que es imposible es lograr la felicidad permanente. Esa meta no existe; no hay camino que te lleve a ella. Aquí te va un secreto que seguro ya sabes pero rara vez lo haces consciente. La felicidad no es un estatus permanente; la felicidad está en los momentos.
Para ser más específico, la felicidad está en esos momentos que llegan al superar los problemas que presenta la vida. Piensa en la última vez que te sentiste feliz. Donde sentiste esa euforia, donde te dieron ganas de gritar, brincar, bailar. ¿Cómo fue? ¿Cómo llegó?
Quizá fue tras haber pasado ese examen que se veía tan difícil. Quizá fue al haber encontrado tu trabajo de ensueño después de meses de desempleo. Quizá fue un mejor puesto laboral tras años de arduo trabajo. Quizá fue haber sanado de aquella enfermedad, o haberte recuperado de aquella temida cirugía.
La felicidad auténtica suele aparecer después de haber atravesado algo difícil. Es ese suspiro de alivio, esa calma que llega cuando sabes que lo lograste y que te mantuviste en pie a pesar de todo.
La resiliencia no te promete una vida sin problemas, eso no existe. Pero sí te da las herramientas para que, cuando lleguen, no te derriben por completo.
Porque no siempre vas a estar feliz…
Pero sí puedes encontrar la forma estar en paz. Y eso nadie te lo puede quitar.




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